Toda la vida he
buscado ser auténtico, y no es fácil saber lo que eso realmente significa.
Desde luego no lo es llevar una determinada marca de ropa, aunque haya quien se
empeñe en convencernos de ello. Tampoco es adoptar una determinada actitud, más
impuesta que otra cosa, de rebelde con o sin causa, con pose de malo malote
(que le gusta a las chicas), o de tipo cool, de esos que están por encima del bien
y del mal, que pasan de las opiniones de terceros. O como el cowboy de Marlboro, domando yeguas a su antojo, y fumando un pitillo mientras cabalga hacia la puesta de sol. Y desde luego ser auténtico no
significa agitar por agitar, buscando siempre el punto flaco de aquel a quien
se interpela. Hay algunos que opinan (y cito) que "si cuando hablas no molestas
a nadie es como si no hubieras dicho nada" (leit motiv, casi mantra de
@ristomejide). Yo pondría matices: si bien estoy de acuerdo en que cuando
sacudes una situación o a una persona (intelectualmente hablando, claro) acaban
pasando cosas, aflorando conceptos, y seguro que alguno es interesante, o puede
que incluso aprovechable, por otro lado discrepo absolutamente en que sea la
única manera de conseguir algo. Y creo
que hay otras formas de sacudir almas.
En los últimos días me
ha dado por fijarme en las muestras de autenticidad de mi entorno, y son muchas
y de muy diversa índole. Por poner unos ejemplos: he visto madres (y padres)
corriendo desde que se levantan hasta que se acuestan para acarrear una casa
con todos los detalles, y llevar a unos hijos limpios, educados y bien
alimentados con un presupuesto digamos que limitado. He visto madres picar
puerta por puerta mendigando con lágrimas de vergüenza en los ojos algo de
comida para sus hijos. Y también he visto a quien se ha creído la lagrimita y
de manera desinteresada y altruista ha llenado una bolsa se comida y le ha
deseado buena suerte, con el alma rota por no poder ser de más ayuda. He
conocido a personas que difunden con todo el amor y el cariño los valores (que no
las formas) de su fe de tal manera que a uno casi le
dan ganas ingenuas de volver a creer que no todo está podrido en la iglesia (he
dicho casi…). Y luego está el que tiene siempre una sonrisa en los labios y una
palabra amable para todo el mundo.
Seguro que esas
muestras de autenticidad no venderán camisetas, ni llenaran estadios de futbol,
pero desde luego, no tienen precio. Quizás el slogan tenía razón, y el ser
humano es maravilloso.
Feliz Sant Jordi 2014.