jueves, 6 de marzo de 2014

El quid de la cuestión



                Llega un momento en la vida en la que te cansas de seguir con los mismos clichés, de hacer las cosas por que tocan, y de trabajar para otros. A uno (a mí) le apetece tener algo que sea enteramente suyo (vamos, mío), y ha llegado la hora de desempolvar los proyectos que uno tiene guardados en un cajón, o las ideas que dan vueltas por tu cabeza, y que ya toca darles forma, que de tanto girar se van a marear.
                Hay que tener en cuenta que tirar para adelante cualquier proyecto, ya sea profesional, personal, existencial o divino, por pequeño que parezca en un principio requiere de varios condicionantes, algunos muy evidentes, y otros algo más sutiles. Empecemos por los evidentes: motivación, inspiración y energía. Hay más, pero vamos a concretar un poco.
                La motivación está clara, es aquel puntito de alegría desbordada que le pones al tema cada vez que alguien te pregunta por él, o que se lo cuentas sin más, aunque solamente te haya dado los buenos días, y además te empuja a soltarle a todo hijo de vecino hasta el último detalle con una sonrisa de oreja a oreja, sin caer en la cuenta de que es muy probable de que no se vaya a enterar de la misa la mitad. Aunque bien pensado, que se entere o no a ti te la suda. No le vas a hacer un examen. Suele ser lo que nos pasa entre el segundo y el tercer Martini en los aperitivos de una boda. Ahora sí me vas entendiendo, verdad?
                La inspiración es algo más subjetiva y esquiva (a no ser que hagas uso de substancias psicotrópicas) y que te ayuda a darle una forma consistente a tu proyecto. Podrás saber qué quieres, cuando lo quieres y como lo quieres. Si llevará lacitos o hebillas, si lo pinto de rosa o de azul. Si será niño o niña. La inspiración es escurridiza, la muy cabrona, y muchas veces te viene cuando menos te lo esperas, ya sea comprando en el supermercado, sentado en la taza del wáter (que original), o haciendo alguna tarea para la que se supone que deberías estar concentrado.
                Y a todo ello tienes que darle la energía justa y necesaria, sin pasarte de la raya, pues en exceso podría resultar contraproducente y peligroso. No es bueno que se te reviente una arteria mientras estás en plena fase de construcción. Y en su defecto, tal vez ni siquiera nos levantemos del sofá. A quién no se le ha ocurrido una gran idea, un concepto revolucionario y que podría cambiar el mundo en la manera en la que lo conocemos (bueno, tal vez me he pasado, pero sí puede que sea lo bastante buena) justo cuando estamos planchando la oreja en la almohada, y que se desvanece a la vez que nuestra consciencia. Lo que se está perdiendo el mundo! Aunque como diría mi admirado Risto Mejido (@ristomejide), una buena idea mal llevada a la práctica, o en un mal momento, está destinada al fracaso. En cambio, una simple idea (no tiene que ser buena, ni siquiera nueva, ni que se te haya ocurrido a tí primero), bien ejecutada y en el momento oportuno, te puede llevar a la cresta de la ola.
                En cuanto a los condicionantes sutiles, el más importante a mi modo de ver es la lujuria. Sí, has leído bien, la lujuria. Cualquier proyecto que se precie tiene que ponerte cachondo, en mayor o menor medida. Sin esa alteración al alza de la libido no le pondrás el alma adecuada a tu creación. A ver si nos entendemos, solamente si se te ponen los ojos en blanco pensando en el resultado final sabrás que realmente estas en la línea adecuada.

                A parte de esto que describo hay muchos otros factores (formación, financiación, ...), y todos y cada uno de ellos habría que desarrollarlos con mucho cariño, cosa que no pienso hacer. Lo único que voy a hacer es animarte  a que te pongas manos a la obra, y te pongas a crear, sea lo que sea, pero que sea algo tuyo.
 


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